Habrán visto la película “August Rush” donde encontramos a un niño, Evan, que sigue la música. No sabe tocar, no hay quién le enseñe; la música la lleva dentro, le atraen los sonidos, les encuentra un sentido, aún a los más caóticos. La música corre por sus venas. Su historia es una sinfonía. Para Evan, la música, más que una técnica o un arte que aprendió a base de mucha práctica, es un instinto, un reclamo interior, algo que supera lo racional, una vocación. Tocar o escuchar música no es una actividad para él, la música es su vida, su lenguaje.
Los instintos
Durante estos días de misiones me han regalado tres gallinas, un gallo y
un guajolote. Observando su comportamiento quedo sorprendido del instinto
animal. El primer día lo usan las gallinas para ubicarse en su nuevo hogar y
para conocerse entre sí. Al día siguiente, sin necesidad de ningún control ni
de jaulas especiales, salieron juntas a buscar alimento sin sobrepasar los
límites de la propiedad. Al final de la tarde, ellas solas, sin esperar ninguna
señal se recogieron en el tendedero de ropa, en el mismo lugar donde las
pusieron para pasar su primera noche. Me dijeron que era necesario colocar un
palo para que durmieran. Apenas oscurece, la comunidad se sube al palo.
¿Por qué andan siempre juntas? ¿Por qué no se salen de la propiedad
siendo que no hay barda por ningún lado? ¿Por qué al atardecer vuelven solas a
su jaula? ¿Por qué se suben a un palo para dormir? Nadie les ha enseñado a
hacer nada de esto. Es algo instintivo en ellas, como para los salmones es
instintivo viajar hasta dos mil millas hasta el lugar donde nacieron para allí
desovar y morir. Un instinto es un impulso de la naturaleza. Son formas de
comportamiento que nacen de su misma naturaleza.
Como
pez en el agua
Cuando los discípulos de Emaús caminaron junto a Jesús vivieron una experiencia muy especial, se sintieron profunda y radicalmente felices. Por eso dijeron: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 32) Vivieron la experiencia de la armonía y de la belleza.
Buscar a Dios y disfrutar de su presencia es algo connatural al ser humano. Para eso fuimos hechos y nos sentimos realizados cuando las cosas son conforme a nuestra identidad y naturaleza, de acuerdo con nuestras convicciones y aspiraciones más profundas. Orar es para hombres.
Como
una brújula
Por naturaleza buscamos la felicidad, buscamos la paz, buscamos a Dios. Allá en lo más profundo de nuestro ser llevamos una aguja que apunta siempre hacia el Norte, como la brújula. Fuimos hechos para Dios, estamos llenos de Dios. Dios es la Vida y es el Creador de la vida, su vida corre por nuestras venas, estamos como impregnados de Él. Al margen de Él la vida es muerte. Por eso Jesucristo insistió: “Permaneced en mi amor”. Diez veces repitió en la última cena el mensaje de permanecer en Él.
Si lo desean, pueden leer todas las palabras de despedida de Jesús
durante la última cena en el evangelio de Juan (capítulos 13 al 17.) Aquel día,
la noche anterior a su Pasión, Jesús de una y otra manera quiso darnos a
entender esto: Lo único que puede salvarte es que tengas una íntima unión
conmigo, que haya entre tú y yo una amistad muy cercana, que vivas de mí. Yo
soy la vid de Dios, tú tienes que ser las ramas unidas a mí. Si no, morirás.
Como
la vid y los sarmientos
Y mientras nos pedía permanecer a su lado, dio un toque de intimidad a
sus palabras, como diciendo que quien permaneciera unido a Él crecería en
intimidad con Él y así alcanzaría la felicidad profunda. En ese pasaje,
encontramos más de veinte expresiones de esta intimidad. El texto recuerda al
Cantar de los cantares. Jesús invita al amado a vivir en la casa en su amor.
Permaneced… a mi lado….
Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros
Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo
sea colmado.
Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos… todo lo que he oído a mi Padre os lo he
dado a conocer.
Yo os he elegido…
La
oración como condición existencial
En mi vida personal y en mi trabajo sacerdotal he advertido que una
de las deficiencias más frecuentes en la vida de oración es considerar la
relación con Dios como una actividad y no como una condición existencial.
Creo que es más propio hablar del hombre interior, del hombre de oración, de la
vida de oración, y no de "hacer oración".
La mentalidad racionalista y pragmática occidental nos lleva a querer
resolverlo todo con buenos métodos, con mejores técnicas, con más conocimientos
y con la formación en habilidades especiales. Y por eso muchos se hacen
ilusiones de encontrar un maestro que les enseñe a orar por medio de un curso. Se
centra la atención en la actividad y se buscan técnicas eficaces, cuando lo más
importante es buscar la realización profunda de la propia identidad como
hombre, como hijo de Dios y como cristiano.
Clase
de oración de Don Pablo
Tuve una conversación de lo más sabrosa con un pobre pastor que se llama
Pablo. Me compartió más o menos estas ideas: “Desde joven busqué la
tranquilidad, mi corazón así me lo pedía; disfrutaba la soledad. He sido pastor
toda mi vida, soy pobre, pero me encuentro bien, siento que Dios está siempre a
mi lado y me gusta estar con Él. Ahora que soy viejo estoy en paz. Las
praderas, las montañas y las cascadas son bonitas, pero lo que más disfruto es
lo que llevo dentro. Allá en el fondo soy muy feliz. Pida a Dios que tenga
misericordia de este pobre pecador, que se apiade de mí y que me permita
alcanzar el cielo.”
Don Pablo es feliz aún cuando carece de muchas cosas materiales
indispensables, pasa frío y seguramente tendrá problemas personales y
familiares como toda persona normal y que a algunos los llevan a la
desesperación e incluso al suicidio. ¿A qué se debe? El no ha buscado la
felicidad en las cosas exteriores, sino en la vida interior, y la vida interior
la ha buscado en la intimidad, en el silencio y la soledad. La vida de oración
es algo mucho más profundo que toca nuestra identidad y nuestra existencia. Don
Pablo nos enseña que la felicidad y la oración no hay que buscarla fuera de
nosotros. La oración no está en buenos libros, no está en las ideas, no
está en buenos métodos. Está en lo más profundo de nuestro corazón. En la
médula de nuestra existencia y en nuestra misma condición de bautizados.
En virtud de la gracia bautismal que corre por sus venas, Don Pablo
presintió desde niño que no estaba solo, que Alguien que le supera y que es su
principio vital le llama continuamente y le acompaña siempre desde dentro.
Escuchó esa voz interior y la siguió, como Evan seguía la música. Don Pablo
experimentó y experimenta una honda nostalgia de eternidad; esto es algo
propio del ser humano, y Don Pablo se ha comportado como un verdadero hombre.
No se lo enseñó nadie, siguió la voz de su conciencia, el reclamo de un corazón
profundo.