lunes, 29 de julio de 2013

COMO ORAR CUANDO ES "DE NOCHE"

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La oración es una contemplación radiante de Cristo pero también puede ser un grito en la noche en busca de su amor. Puede ser un diálogo amistoso, cordial, sereno o también un esperar madurado en la soledad aparente de su ausencia.
No siempre experimentamos, sentimos la cercanía de Dios. Al entrar en la oración nos disponemos a caminar junto a Él pero a veces su presencia no es tan tangible. Aparentemente nos abandona, o también puede darse, le abandonamos por el pecado. ¿Cómo rezar cuando es "de noche" en nuestro interior?
 La noche no interrumpe la historia de salvación y de amor
La noche no interrumpe la historia de Dios con el hombre. La noche es tiempo de salvación:
• De noche Abraham contaba tribus de estrellas; de noche prolongaba la voz de la promesa (Gn. 15, 5).

• De noche descendía la escala misteriosa de Dios hasta la misma piedra donde Jacob dormía (Gn. 28, 12).

• De noche celebraba Dios la Pascua con su pueblo, mientras en las tinieblas volaba el exterminio (Ex. 12, 1-14).

• De noche, por tres veces, oyó Samuel su nombre; de noche eran los sueños la lengua más profunda de Dios (1Sm. 3, 1-10).

• De noche, en un pesebre, nacía la Palabra; de noche lo anunciaron el ángel y la estrella (Lc. 1; Mt. 2).

• La noche fue testigo de Cristo en el sepulcro; la noche vio la gloria de su resurrección (Mt. 27, 57-61; 28, 1-6).

¿Cuándo experimentamos que es "de noche" en nuestro interior?

Hay diversos modos de experimentar la noche en la vida espiritual.
Me siento solo: Es un llamado para vivir escondidos con Cristo en Dios (Col 3,3). La noche es fin del día pero también inicio del amanecer. Es ausencia de luz, no tiene entidad, es negación de la realidad luminosa. Así cuando nos sentimos solos en la noche tenemos que aprender a mirar arriba. 

La noche está presidida por las estrellas, por el silencio que habla al corazón. Se escuchan ruidos nuevos, gritos, deseos, intimidades que brotan de una situación desconocida o prolongada a veces. La soledad nos debe llevar a alzar la vista, dejar que este sentimiento de abandono aparente sea iluminado por la luz de la promesa.

Alaba al Señor, bendícelo, dale gracias por los infinitos regalos con los que te ha revestido. Atrévete a contar estrellas, regalos y verás cómo no alcanzas. Así es Él, te ha acompañado cada día de tu existencia, del mismo modo que lo hizo con Abraham. Tú eres heredero de esa promesa y Dios es siempre fiel. El cielo te recordará la promesa y las estrellas serán su voz. ¡No estás solo, levántate y camina!


No encuentro a Cristo, me siento como en el desierto: La noche en un desierto es fría, constante, silenciosa pero a la vez habitada por ruidos desconocidos. La ausencia de Cristo en mi interior me recuerda esta experiencia. Nada me llena porque Cristo no está conmigo. Mi alma se ha vaciado, se ha enfriado. Tiene sed del Dios vivo (Sal. 42, 3) pero Él aparentemente no se hace presente. Duermo muchas veces soñando despertar en sus brazos, pero no está. Sin embargo, Él vela mi sueño con su sueño. Está dormido en mi interior pero su Corazón vela, como una Madre con su hijo (Is 49.15). 

Y de noche, en ese aparente desierto interior desciende una escala misteriosa hasta mi corazón. Esta escala me enseña que mi oración tiene que ser sencilla y confiada. Buscar subir un peldaño cada día. Aunque parezca que no avanzo. Este aparente sueño de Dios es para que despierte a una vida de mayor generosidad, para que vea desde lo alto de la escalera mi vida, mi corazón y mi futuro. ¡Despierta alma mía, sube, camina, confía!

Mis sentimientos van por un lado y la Voluntad de Dios por otro:la salvación nos llega a través del paso de Dios por nuestra vida. Esta es la noche santa en la que Dios se hizo presente en la vida de Israel, en su Iglesia y también en la tuya. Es una noche en la que salimos del Egipto seductor, dejamos una vida de esclavitud para encontrarnos con Dios. Deja a tus "faraones", aquellos que te oprimen y te esclavizan. Sal de tu "Egipto" con confianza, Dios hará milagros en tu camino. 
Aunque sientas oscuridad, aunque te presentes delante de un mar inmenso de dudas, temores y debilidades, Él quiere ser tu Camino, tu Vida y tu Verdad. ¡Levántate, camina, cruza el mar rojo camino de la tierra prometida! ¡Vive para Dios, aliméntate del Cordero inmolado que fortalecerá tu voluntad para caminar hacia la tierra prometida del cielo!

El pecado me tiene atado: desde el cielo desciende la Palabra. Se esconde en medio del silencio de la noche. Aparece en Belén. En la oscuridad de mi alma manchada por el pecado nace una nueva esperanza. "Os anuncio una buena nueva, os ha nacido un Salvador" (Lc. 2, 10-11). Para entrar en Belén y encontrar a la luz del mundo tienes que ser humilde, agacharte. Sí, reconocer tu pecado reconociendo a tu Salvador.

Él vino por ti y por mí. Por todos. Quizás no te sientas digno, pero puedes todavía ofrecerle el oro de tu corazón, el incienso de tu voluntad y la mirra de tus pensamientos. Deja que el niño en Belén te renueve y te lleve a su corazón. Te transportará hasta la cruz y allí encontrarás ese costado abierto que te sanará. ¡Agáchate con humildad, entra, adora y confiesa tu miseria para ser iluminado por la ternura de Dios!

Vivo un momento de purificación interior: la mano de Dios nos envuelve con cariño. En su pedagogía a veces puede ser que con una caricia tierna nos cubra la vista interior para que nos purifiquemos. Nos ayuda así a "no ver" para escuchar más atentamente. Purifica el amor para que vivamos en el Amor y por el amor. Sin ver en esta noche, siendo purificado, escucharás tu nombre mejor, con mayor nitidez, no sólo una vez sino hasta tres veces, como Samuel. Y entenderás entonces que Dios tiene una misión para ti, que te ama y que te envía. ¡Despierta, escucha, no duermas, Dios te envía con amor para predicar el Amor!

Experimento un dolor, una pérdida, una cruz pesada: las tinieblas envolvieron el Calvario. La naturaleza quiso manifestar su luto ante la muerte del Hijo de Dios. También tu naturaleza humana ante el dolor se transforma. Se llena de tinieblas, se une al dolor de Cristo, al silencio de la vida. Pero no te olvides en tu oración, en tu dolor, que en medio de este silencio, de esta oscuridad brotó agua y sangre del costado. Déjate limpiar por el agua de la vida, que tu sed de amor, de consuelo, de infinitud sea saciada por el agua del amor de Dios. 

Y que tu fe, esperanza y caridad resuciten cada día escondido en el costado de Jesús. Allí espera la resurrección, allí medita tu dolor, la muerte. Allí contémplate en lo alto de la cruz junto a tu Redentor. Así, serás también llevado al sepulcro. Será también de noche, habrá silencio, pero al tercer día, muy temprano escucharás un tremendo estruendo: la piedra ha sido removida porque el sepulcro no puede contener al que es la Vida. ¡Despierta, camina, sal y vive el gozo de la resurrección!


PARA LA ORACIÓN

¿Has escuchado alguna vez una lágrima caer? El silencio te dejará escuchar su voz.

¿Has visto alguna vez un latido del corazón? El silencio te hará mirar en tu interior y ver el color de un latido.

¿Has tocado alguna vez una estrella? El silencio de permitirá sentir la luz y la fuerza de las estrellas, testigos vivos de la fidelidad divina.

El silencio es el lenguaje de las almas enamoradas. El silencio te permite escucharte para escuchar a Cristo. Es sentir tu dolor, sequedad, necesidad para reconocerte en el corazón del Amado. 

"En el mío no te encuentro, iré al tuyo para encontrarte y encontrándote me habré encontrado!"


Autor: P. Guillermo Serra, L.C. email:     saldetucielo@gmail.com; Facebook: https://www.facebook.com/PadreGuillermoSerraLC
El contenido de este artículo puede reproducirse total o parcialmente en internet, sin fines comerciales y citando siempre al autor y la fuente de la siguiente manera: Autor: P. Guillermo Serra, L.C.; publicado originalmente en:   http://www.la-oracion.com

lunes, 22 de julio de 2013

CARTA SOBRE LA ORACION

Me preguntas ¿por qué rezar? Te contesto, para vivir. Porque, en efecto, para vivir de verdad hay que rezar. ¿Por qué? Porque vivir significa amar. Una vida sin amor no es vida. Es soledad vacía, es cárcel y es tristeza. Sólo quien ama vive de verdad. Y solamente ama quien se siente amado, alcanzado y transformado por el amor. Así como la planta no puede florecer y dar sus frutos si no recibe los rayos del sol, también el corazón humano no puede abrirse a la vida verdadera y plena si no es alcanzado por el amor.
Ahora bien, el amor nace y vive del encuentro con el amor de Dios, el más grande y verdadero de todos los amores posibles; más aún: el amor que está más allá de cualquier definición que podamos dar y de todas nuestras posibilidades. Al rezar nos dejamos amar por Dios y nacemos al amor. Por lo tanto, quien ama vive en el tiempo y para la eternidad.


Ahora bien, el amor nace y vive del encuentro con el amor de Dios, el más grande y verdadero de todos los amores posibles; más aún: el amor que está más allá de cualquier definición que podamos dar y de todas nuestras posibilidades. Al rezar nos dejamos amar por Dios y nacemos al amor. Por lo tanto, quien ama vive en el tiempo y para la eternidad.

 ¿Y quién no reza? Quien no reza corre el riesgo de morir interiormente, porque tarde o temprano le faltará el aire para respirar, el calor para vivir, la luz para ver, el alimento para crecer y la alegría que da sentido a la existencia.

Me dices: ¡pero yo no sé rezar! Me preguntas: ¿cómo se reza? Te contesto: 

·      Empieza por darle algo de tu tiempo a Dios. Al comienzo, no importará que ese tiempo sea mucho, sino que tú se lo des con fidelidad. Fija tú mismo un tiempo para darle cada día al Señor, y dalo con fidelidad, cotidianamente, cuando lo sientas y cuando no. 

·      Busca un lugar tranquilo, donde si es posible haya algún signo que remita a la presencia de Dios. 

·      Medita en silencio, invoca al Espíritu Santo para que sea él quien diga en ti: "Abbá, Padre". Llévale a Dios tu corazón, aunque esté confuso. 

·      No tengas miedo de decirle todo: tus dificultades y tu dolor, tu pecado y tu incredulidad, y también tu rebelión y tu oposición, si así lo sientes.

Abandonándolo todo en las manos de Dios. Recuerda que es Padre-Madre en el amor, que todo lo recibe, todo lo perdona, todo lo ilumina, todo lo salva. 

Escucha su silencio. No quieras recibir en seguida respuestas. 

Persevera. Como el profeta Elías, camina en el desierto hacia el monte de Dios. Y cuando te hayas acercado a él, no lo busques en el viento, en el temblor o en el fuego, en signos de fuerza o de grandeza, sino en la voz sutil del silencio. 

No pretendas poseerlo, deja en cambio que pase por tu vida y por tu corazón, que toque tu alma y se deje contemplar por ti aunque sólo sea de espaldas.

Escucha la voz de su silencio. Escucha su Palabra de vida. 

Abre la Biblia y medita con amor. Deja que la palabra de Jesús hable al corazón de tu corazón. Lee los salmos, donde encontrarás expresado todo lo que querrías decirle. Escucha a los apóstoles y a los profetas. Enamórate de la historia de los patriarcas, del pueblo elegido y de la iglesia naciente.

Cuando hayas escuchado la Palabra de Dios, sigue caminando por los senderos del silencio, dejando que el Espíritu te una a Cristo, Palabra eterna del Padre.

Al comienzo, te podrá parecer que el tiempo es demasiado. 

Persevera con humildad, dándole a Dios todo el tiempo que logres darle, pero nunca menos de lo que estableciste poder darle cada día. Verás que, de cita en cita, tu fidelidad se verá premiada. Y advertirás que poco a poco crecerá en ti el gusto por la oración: lo que al inicio te parecía inalcanzable, se tornará cada vez más fácil y hermoso. Comprenderás que lo que cuenta no es obtener respuestas, sino ponerse a disposición de Dios. Y verás que todo lo que presentes en la oración poco a poco se irá transfigurando. 

Cuando vayas a rezar con el corazón agitado, si perseveras, advertirás que luego de haber rezado largamente no obtendrás respuestas a tus interrogantes, pero ellos se irán derritiendo como la escarcha ante el sol.

Y en tu corazón irrumpirá una gran paz: la paz de estar en las manos de Dios y de dejarte conducir con docilidad por él hacia el lugar que te ha preparado. Entonces, tu corazón renovado podrá cantar el cántico nuevo, y el "Magnificat" de María estará espontáneamente en tus labios y será cantado por la silenciosa elocuencia de tus obras.

Sin embargo, no faltarán momentos de dificultad. A veces no podrás acallar el ruido que te rodea y que está en ti; a veces sentirás el cansancio y hasta el desagrado de rezar; a veces tu sensibilidad preferirá cualquier otra cosa menos que estar en oración frente a Dios, como si ese fuera sólo "tiempo perdido". Sentirás, finalmente, las tentaciones del Maligno, que tratará de separarte del Señor, de alejarte de la oración. No temas.

Las mismas pruebas que tú vives las experimentaron antes los santos, a menudo mucho más abrumadoras. Persevera, resiste y recuerda que lo único que realmente podemos darle a Dios es la prueba de nuestra fidelidad. Con la perseverancia salvarás tu oración y tu vida.

Llegará después la hora de la "noche oscura", cuando todo te parecerá árido o inclusive absurdo en las cosas de Dios. No temas. Ese es el momento en que Dios lucha junto a ti: remueve todo pecado en la confesión humilde y sincera de tus culpas y busca el perdón sacramental. Dale a Dios más de tu tiempo. Deja que la noche de los sentidos y del espíritu se convierta para ti en la hora de la participación en la pasión del Señor.

En este punto Jesús mismo cargará con tu cruz y te conducirá consigo hacia la alegría de la Pascua. No te asombrará, entonces, descubrir como amable esa noche, ya que la verás transformada para ti en noche de amor, inundada por la alegría de la presencia del Amado.

No  tengas  miedo,  por  tanto, de  las pruebas y de las dificultades  de la oración. 

Recuerda solamente que Dios es fiel y no permitirá nunca una prueba sin salida, no dejará nunca que seas tentado sin darte la fuerza para soportar y vencer. Déjate amar por Dios. Como una gota de agua que se evapora bajo los rayos del sol y sube para volver a la tierra como lluvia fecunda o rocío consolador, deja así que tu ser sea cincelado por Dios, plasmado por el amor de los Tres, absorbido y restituido a la historia como regalo fecundo.

Deja que la oración haga crecer en ti la libertad de todo miedo, el valor y la audacia del amor, la fidelidad a las personas que Dios te ha confiado y a las situaciones en las que te ha puesto, sin buscar evasiones o consuelos mediocres. Aprende, al rezar, a vivir la paciencia de esperar los tiempos de Dios, que no son los nuestros, y a seguir sus caminos, que a menudo tampoco son los nuestros.

Un don especial, fruto de la fidelidad en la oración, será el amor por los demás y el sentido de Iglesia. Cuanto más reces, mayor misericordia sentirás por los demás, más querrás ayudar a quien sufre, más tendrás hambre y sed de justicia para con todos, especialmente con los más pobres y débiles, más te harás cargo del pecado de los otros para completar en ti lo que falta a la pasión de Cristo.

Al rezar, sentirás qué bello es estar en la barca de Pedro, solidario, dócil, sostenido por la oración de todos, dispuesto a los demás con gratuidad, sin pedir nada a cambio. Al rezar sentirás crecer en ti la pasión por la unidad del cuerpo de Cristo y de toda la familia humana.

Al rezar se aprende a rezar, y se gustan los frutos del espíritu que dan verdad y belleza a la vida. 

Al rezar, uno se transforma en amor; y la vida cobra el sentido y la hermosura que Dios ha querido. Al rezar se advierte la urgencia de llevar el Evangelio a todos, hasta los últimos confines de la tierra. Al rezar se descubren los infinitos dones del Amado y se aprende a darle gracias por cada cosa. Al rezar se vive. Al rezar se ama, se alaba.

Si tuviera, entonces, que desearte el regalo más preciado, si quisiera pedírselo a Dios para ti, no dudaría en solicitar el don de la oración. Se lo pido. Y tú no dudes en pedírselo a Dios para mí. Y para ti.

Que la paz de Nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén contigo. Y tú en ellos, porque al rezar entrarás en el corazón de Dios, escondido con Cristo en él, envuelto en su amor eterno, fiel y siempre nuevo.

Ya lo sabes, quien reza con Jesús y en él, quien reza a Jesús o al Padre o invoca su Espíritu, no le está rezando a un Dios genérico y lejano. Desde el Padre, por medio de Jesús, gracias al Espíritu, cada uno recibirá el don perfecto, el más oportuno, el que le ha sido preparado desde siempre. Es el regalo que nos espera. El regalo que te espera.

Bruno Forte

Como orar - www.la-oracion.com

domingo, 21 de julio de 2013

NUMEROS DE EMERGENCIA ESPIRITUAL

ESTOS NÚMEROS PUEDEN SER MARCADOS DIRECTAMENTE, NO NECESITAS DE
NINGUNA OPERADORA. ¡SON GRATIS!
Cuando   estés
TEMEROSO
llama  a 
Juan 14
Cuando   estés
CAÍDO
llama  a 
Salmos 27
Cuando   hallas
PECADO
llama  a 
Salmos 51
Cuando   estés
PREOCUPADO
llama  a 
Mateo 6:19-33
Cuando   estés en
PELIGRO
llama  a 
Salmo 91
Cuando   quieras ser
FELIZ
llama  a 
Colosenses 3:1-17
Cuando   no entiendas tus
PRUEBAS
llama  a 
Romanos 8:28
Cuando   te sientas
DESMAYAR
llama  a 
Romanos 8:31-37
Cuando quieras
DESCANSAR
llama  a 
Mateo 11:25-30
Cuando   necesites
PAZ
llama  a 
Isaías 26:3
Cuando   necesites
VICTORIA
llama  a 
1ª  Juan 5:1-7
Cuando   necesites
ALIENTO
llama  a 
Salmos 23
Cuando   necesites
GOZO
llama  a 
Salmos 16
Cuando   necesites
VALOR
llama  a 
Josué 1
Cuando   estés
DEPRIMIDO
llama  a 
Salmos 27
Cuando   te sientas
VACÍO
llama  a 
Salmos 37
Cuando   quieras
EL ÉXITO
llama  a 
Josué 1:8
Cuando   estés
DESANIMADO
llama  a 
Salmo 126
NÚMEROS ALTERNATIVOS
Para el
TEMOR
llama  a 
Salmos 34:7
Para la
SEGURIDAD
llama  a 
Salmos 121:3
Para la
CONFIANZA
llama  a 
Mateo 28:20
Para la
SANIDAD
llama  a 
Isaías 53
Para el
PERDÓN
llama  a 
1ª  Juan 1:5-8


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