sábado, 22 de agosto de 2020

LA ASUNCIÓN DE MAMITA MARIA

 


Dios te salve María!!!

Te saludo Madre de nuestro Señor y Salvador, y madre nuestra.  Aquí estamos recordando en este día el momento que fuiste asunta al cielo en cuerpo y alma. Allí te esperaba tu hijo Jesús, Dios Padre, el Espíritu Santo, los Angeles, Arcángeles y Querubines, los Santos y todos aquellos familiares y amistades que ya habían sido llamados a gozar del Reino de los Cielos.

Esta mañana le dije a mi esposo que antes de continuar con los compromisos del día, le demos la primicia a nuestra Madre María y así lo hicimos. Adorné con flores frescas este lugar especial para ella, cada uno tomamos nuestros Rosarios y comenzamos a cantar la canción "Ven con nosotros a caminar, Santa María ven" y buscamos publicaciones que nos hablaran del significado de esta celebración, que ahora les comparto, para estar mas edificados.



El dogma de la Asunción de María, también llamada “Dormición de María” en las iglesias orientales, tiene sus raíces en los primeros siglos de la Iglesia. La Iglesia Católica enseña que cuando María terminó su vida terrenal, Dios la elevó en cuerpo y alma al cielo.

Esta creencia remonta sus raíces a los primeros años de la Iglesia. Mientras que un sitio fuera de Jerusalén fue reconocido como la tumba de María, los primeros cristianos sostuvieron que “no había nadie allí”.

Según San Juan Damasceno, en el Concilio de Calcedonia del 451 d.C., el emperador romano Marciano solicitó el cuerpo de María, Madre de Dios. San Juvenal, que era Obispo de Jerusalén, respondió “que María murió en presencia de todos los apóstoles, pero que su tumba, cuando se abrió a petición de Santo Tomás, fue hallada vacía; de donde los apóstoles concluyeron que el cuerpo fue llevado al cielo”.

“Con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”, escribió el Papa Pio XII.

La Asunción de María no se encuentra en los Evangelios pues el fin de los Evangelios es anunciar el señorío de Jesucristo y la Salvación. Muchos hechos de la historia de la Iglesia no se encuentra en los Evangelios tales como la muerte de San Pedro y San Pablo, hechos importantísimos de la Iglesia primitiva, el mismo hecho de que Jesús se le apareció primero a Pedro no lo narra los Evangelios, sin embargo San Pablo lo da por cierto (1 Corintios 15,5)

La Asunción no está en las Escrituras, pero ella no contradice a esta, pues antes de María hay otras dos personas que subieron en cuerpo y alma a los cielos y a nadie le causa escándalo: Enoc y Elías por el amor que Dios les tenía. ¿Puedes imaginarte entonces lo que Jesús ha hecho a la Virgen María por el inmenso Amor de ser su Santa Madre? Jesucristo jamás permitiría que su Santa Madre conociera la corrupción de la carne

Oración a la Virgen asunta al Cielo

Oh Virgen bendita, Inmaculada y Asunta al Cielo, que fuiste llevada al cielo en cuerpo y alma y has sido coronada como Reina de Cielos y Tierra, de los Ángeles y de los Santos, me consagro a tu Corazón Inmaculado y te pido que siempre yo pueda acudir a ti lleno de confianza y amor porque tú serás siempre llamada Bienaventurada por todas las generaciones. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén

Pildoras de Fe.














LA DIFERENCIA ENTRE REPETIR ORACIONES Y REZAR EN VANO

  


Nuestro Padre nos busca constantemente. Está tan enamorado de nosotros que espera con infinita paciencia el momento de encuentro en la intimidad del diálogo con sus criaturas; está disponible a toda hora, en todo momento, en cualquier circunstancia, simplemente espera que respondamos a su llamado. «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo» (Apocalipsis 3,20). Los que rechazamos ese encuentro en la oración, los que nos cansamos de responder, somos nosotros.
La oración es el diálogo que entablamos con Dios y hay diversas maneras en las que podemos rezar: mediante oraciones ya escritas, a través de pensamientos dirigidos hacia Él, mediante pequeñas jaculatorias repetidas a lo largo del día, en la oración de la Santa Misa hecha en comunidad, etc. 
Sin embargo, hay una cualidad que jamás debe separarse al momento de rezar, a la cual se han referido todos los santos y el Catecismo de la Iglesia Católica nos lo recuerda: «la humildad», base de toda oración. «La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios» (San Agustín).
Las únicas oraciones que no tienen valor son aquellas que se realizan sin el corazón. Imaginemos que nuestra pareja nos dice que nos ama mirando hacia otro lado, prestando atención a cualquier cosa menos a nosotros, esas palabras no tendrían sentido porque no fueron dichas con sinceridad. Lo mismo ocurre cuando nos dirigimos a Dios, Él desea que le hablemos desde lo más hondo de nuestro corazón, depositando nuestra plena confianza en que siempre nos escucha.
Jesús mismo rezaba con insistencia: «Dejándolos de nuevo, se fue y oró por tercera vez, diciendo otra vez las mismas palabras» (Mateo 26,44) y nos anima a insistir en la oración: «Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar?» (Lucas 18,7).
La oración repetitiva por excelencia es el Rosario. En él no solamente contemplamos a la luz de la fe la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, sino que repetimos palabras dichas por el mismo Dios a través de su Hijo o a través del Espíritu Santo: el Padre nuestro (Mateo 6: 9-13), el Ave María (Lucas 1, 28 en la Anunciación y Lucas 1, 42 en el saludo de Isabel) y el Gloria (2 Corintios 13,14).
Lo importante es no confundir insistencia o repetición con habladuría sin sentido. La clave está en orar con el corazón tomando plena conciencia de que al rezar realmente estamos entrando en contacto con Dios, nuestro amigo, que está dispuesto a escucharnos.
La oración de los «ismos» hace referencia a la manera en que se dirige este niño a su padre en la cual nosotros también podemos vernos reflejados. Muchas veces llenamos nuestras oraciones de «ismos»: reverendísimo, amadísimo, santísimo, grandísimo, como un modo de sentirnos más seguros de que Dios responderá a nuestra súplica. 
Sin embargo, cuando nuestro diálogo se basa únicamente en palabras rebuscadas y creemos que cuanto más larga sea la oración mejor, corremos el riesgo de confiar más en nuestras propias palabras que en el mismo actuar de Dios. Esto no quiere decir que Dios no se merezca que lo llamemos de esas maneras o que no haga falta. Nuestro Padre es el único que merece la absoluta y entera adoración, pero el nos invita a que en nuestra oración prime la sencillez del corazón, el anhelo real y profundo del encuentro con Él, manantial de agua viva, único capaz de calmar nuestra sed.
Así como la comida es necesaria para el buen funcionamiento del cuerpo y el aire para nuestros pulmones, la oración es el alimento del alma, como decía San Pío de Pietrelcina «es la llave que abre el corazón de Dios».
«También nosotros, cuando no rezamos, lo que hacemos es cerrar la puerta al Señor. Y no rezar es esto: cerrar la puerta al Señor, para que no pueda hacer nada. En cambio, la oración, ante un problema, una situación difícil, una calamidad, es abrir la puerta al Señor para que venga. Porque Él hace nuevas las cosas, sabe arreglar las cosas, ponerlas en su sitio. Rezar es esto, abrir la puerta al Señor para que pueda hacer algo. Pero si cerramos la puerta al Señor, no puede hacer nada. Pensemos en esta María que eligió la mejor parte y nos hace ver el camino, cómo abrir la puerta al Señor» (Papa Francisco).
San Pablo nos dice: «Oren siempre, y en todo momento» (1 Tesalonicenses 5,17). Y tú,¿cuánto tiempo le dedicas a la oración durante el día? ¿Realizas oraciones repetitivas sin sentido? ¿Confías plenamente en que Dios te escucha cuando le hablas? ¿En tu oración te acuerdas de que Dios es infinita misericordia y ama a los sencillos de corazón?
«La oración (…) es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre» (San Agustín).
CatholicLink (Ailíin Fessler)