miércoles, 22 de febrero de 2023

40 DIAS DE CUARESMA


40 DÍAS DE CUARESMA


INTRODUCCIÓN

La Cuaresma es un tiempo de conversión. Es el tiempo propicio para abrir nuestro corazón y dejar que el Espíritu Santo nos conduzca al desierto, con el fin de salir de él renovados y dispuestos a seguir sus pasos. Sí, también la Cuaresma implica el salir de nuestra tierra, dejar nuestras seguridades y caminar. Es salir para entrar; entrar en el gozo eterno del triunfo y la Resurrección de Cristo.


Este Camino de Cuaresma busca acompañarte durante 40 días con breves reflexiones y oraciones diarias para que puedas dar sentido a cada día y orientar tu corazón y tu vida a Dios. Quieren ser un medio para que el Espíritu Santo te guíe y puedas llegar a Jerusalén preparado.


Es tiempo de conversión, pero sobre todo es tiempo de amor. En su pedagogía, Dios te tomará de la mano para purificar todo aquello que no tiene sabor a eternidad. Te hará ver cosas que cambiar, te mostrará luces y sombras, te acompañará, se esconderá… También te invitará a contar estrellas para que recuerdes sus bendiciones, porque solo cuando es de noche se pueden contar estrellas.


Es un camino, hay que ponerse en movimiento, pero no lo hacemos solos.


“Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede.” (Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2015).


¡Qué tranquilidad! ¡Qué dicha! Saber que nuestro Buen Pastor nos conoce, nos busca y nos espera.


Te invito a hacer de esta Cuaresma una experiencia profunda del amor de Dios que culminará con la entrega de su vida en la cruz. Te invito al arrepentimiento, sin que este te conduzca a la tristeza y el desánimo. Te invito a la penitencia, pero no a vivirla con cara larga y sufrimiento, sino con una actitud de esperanza infinita en la misericordia divina que desea abrazar tu miseria.


¿Me acompañas?


Este Camino de Cuaresma lo haremos cruzando seis desiertos. Cada uno tiene su propia pedagogía.


Son 6 semanas para avanzar por seis desiertos que nos donarán un fruto profundo y duradero si los cruzamos con paciencia y confianza. El desierto del silencio nos enseñará escuchar; el desierto de la humildad nos abrirá a Dios; el desierto de la libertad nos expondrá ante nuestros deseos más íntimos; el desierto de le fe nos ayudará a descubrir a Dios en todo; el desierto de la esperanza nos donará una confianza ilimitada y por último, el desierto del amor nos  abrirá las puertas del corazón de Jesús para subir con él a Jerusalén en Semana Santa.


Dios te espera, no tengas miedo, Él te toma en brazos y te carga con su amor y misericordia.


Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.

lunes, 13 de febrero de 2023

ORACION DE LA BUSQUEDA


 ORACIÓN DE LA BÚSQUEDA


No es buscarte, sino es "estar contigo"

No es correr tras de ti, sino es "dejarme encontrar"

No es vivir soñando, sino es "soñar de tu mano"

No es buscar mil palabras, sino es "dejarte hablar al corazón"

No es ser reconocido y amado, sino es "ser sencillo y escondido" al amparo de tu providencia.

No es hacer mucho, sino es "hacer todo con amor"

No es sufrir por lo perdido, sino es "esperar lo que necesito"

No es contemplarte lejos, sino es "hallarte en el sagrario de mi alma"

No es llorar por errores cometidos, sino es "levantar la mirada y dejarme abrazar por tu misericordia"

No es rendirse ante las pruebas, sino es "confiar en tu ayuda y fortaleza"

No es dejarme abatir y vencer por las debilidades, sino es "confiar en tu gracia que nunca falla"

No es quejarme por todo, sino es "alzar mi voz en el agradecimiento y la alabanza"

No es creerme grande y sin necesidad de tus cuidados, sino es "hacerme niño y confiado en tus cuidados"

No es cubrir mi rostro con lágrimas, sino es "dejarme abrazar por tus consuelos"

No es solo pedirte milagros, sino es "vivir siendo tu milagro de amor"

No es pedir ser amado, sino es "dejarme amar"

No es solo soñarte, sino es "dejarme soñar"

No es sentirme perdido, sino es "sentirme peregrino"

No es decir: no sé rezar, "sino es cerrar los ojos y dejarte hablar".

No es, en fin, querer ser..., sino es "dejarte ser en mi vida, mi Amado, mi Amigo,

mi Dios y mi Eternidad"



Autor: Teresita María Feyuk

LOS 10 MANDAMIENTOS

 



Los 10 mandamientos: entiende el sentido de la ley cristiana

La ley, para muchos tiene una connotación negativa, algo que ha de cumplirse. Hemos nacido en la ley, normas que nos dicen lo que debemos hacer y lo que debemos evitar. Pero la ley, para el cristiano, viene de un contexto mucho más profundo. 

Dios eligió de entre todas las naciones de la tierra a un pueblo, el que vendría a ser Su pueblo: Israel. No era el mejor de todos, ni el más numeroso, pero era el elegido.

Había prometido a algunos de los hombres de este pueblo hacerlo poderoso y darles, en el tiempo, un gran profeta, quien llevaría su Palabra al mundo.

Dios cumple

Cumpliendo su promesa, después de muchos años habiendo Israel caído en la esclavitud, decide escuchar sus lamentos y liberarlo.

Con grandes prodigios y poder, lo sacó de Egipto y lo llevó al desierto, y caminó con ellos durante 40 años, su destino: la tierra prometida, Canaán.

Siempre presente, los guiaba con la nube durante el día y con el fuego durante la noche.

El Todopoderoso iba delante, velando por ellos, alimentándolos, animándolos, presentándoles desafíos para que acudieran a Él y Él mismo pudiera proveerles de todo.

Este pueblo no podía entender en sus corazones la magnitud del amor de este Dios, y era bastante ingrato en su proceder, pero Dios era fiel, y permanecía día y noche, delante de los suyos.

Una ley para poseer la tierra prometida

Israel iba conquistando cada nación, como se lo había prometido Dios. Se hizo un pueblo numeroso y poderoso. Bajo la nube, Dios se reveló como el Dios altísimo, el Dios de todo lo creado, el que era, es y será.

Pero no sólo eso. También entregó escrita en piedra, su propia ley, en piedra para que fuera permanente e invulnerable por los siglos de los siglos. Este era el secreto de la vida que debía respetarse.

Se la entregó a Su pueblo, para que, cumpliéndola, pudieran vivir dignamente, pudieran mantener su libertad y poseer la tierra prometida.

Cumpliendo la ley, mantendrían su libertad, su bienestar y la tierra. Si incumplían la ley, aquella que les permitía vivir dignamente como nación santa de Dios, encontrarían indefectiblemente la esclavitud y la miseria.

Grabada en piedra

Las cosas hoy no son diferentes, la ley de Dios es permanente, grabada en piedra, su vigencia es eterna. Si cumplimos la ley, escogemos la vida, la ley nos invita a reencontrarnos con Dios, que viene siempre a nosotros.

La promesa sigue vigente, hemos crecido en cantidad hasta hacernos una nación tan numerosa como numerosas son las estrellas del cielo; y somos Su pueblo peregrino.

Aquellas palabras grabadas en piedra resuenan así:

«Escucha Pueblo mío: Yo soy Tu Dios, el que te sacó de la esclavitud, aquí estoy, este es el decálogo bajo el que debes vivir tus días:

Primero, Ama a Dios sobre todas las cosas, no deberás tener nada más valioso en tu vida que Yo, reconócete pequeño, alejando tu mirada de ti, me encontrarás como Padre. Segundo, no tomes mi nombre en vano, estaré siempre a tu lado, soy testigo de tus días, no faltes a tu Dios, tu Padre. Tercero, santifica las fiestas, hazte Mi pueblo dando gracias por las bendiciones, dones y gracias que recibes, esto te convertirá en mi hijo muy querido. Cuarto, honra a tu padre y a tu madre, obedece, esto te enseñará a ser agradecido con aquellos que te dieron la vida. Quinto, no matarás, no acabarás con la vida de ninguno de tus hermanos, porque la vida me pertenece, yo, creador de la vida, la concibo y la formo y tengo contado los días de cada uno de mis hijos. Sexto, no cometerás actos impuros, aléjate de esas costumbres aprendidas de otros pueblos, son ajenas al mío, que es santo y camina hacia la santidad, Tu eres Mi pueblo. Séptimo, no robarás, así como proveí cuando atravesaste el desierto, en este peregrinar, Dios tu Padre, te proveerá, en mi tendrás en abundancia porque “tú eres mi hijo, no mi esclavo”. Octavo, no darás falso testimonio ni mentirás, tu Dios es Dios de la verdad, la mentira es obra del príncipe de la mentira, lleva la verdad por delante. Noveno, no consentirás pensamientos impuros, no negociarás con nada que te haga impuro, yo soy un Dios fiel en amor, igualmente lo serás tú, porque solo Dios es perfecto y a la misma perfección en el amor has sido llamado. Décimo, no codiciarás los bienes ajenos, yo soy tu mayor bien y tu corazón deberá estar puesto en mí».

La historia de los 10 mandamientos se remonta a los orígenes del antiguo pueblo de Israel, cuando huían de la esclavitud a la que estaban condenados en Egipto.

Según la Biblia, tras un largo viaje de tres meses del pueblo hebreo por Egipto, éstos llegaron a los pies del monte Sinaí para refugiarse. Moisés, un profeta al que Dios había revelado su palabra y que acompañaba al pueblo hebreo, decidió subir a la cima del monte para hablar con el Creador. Una vez allí, el profeta recibió las Tablas de la Ley, unos mandatos dirigidos al pueblo hebreo que estaban plasmados sobre dos piedras del monte. Estos mandamientos eran conocidos como la Ley Mosaica y su principal función era guiar a los israelitas por el buen camino y prepararlos para la llegada del mesías.

Posteriormente, y como ya hemos visto, en la religión católica estos textos han tenido una gran importancia, ya que estas instrucciones suponen una guía esencial para el buen comportamiento cristiano en la actualidad.


Autor: Lorena Moscoso 

jueves, 2 de febrero de 2023

A QUIEN DEDICAMOS NUESTRAS ORACIONES DIARIAS

 


¿A quién dedicamos nuestras oraciones cada día de la semana?

Aparte del ciclo litúrgico que da forma y significado a todo el año de un cristiano, recordando y celebrando la historia de salvación, también la Iglesia da un significado especial a cada día de la semana como memoria de una parte específica de nuestra fe. 

Es decir, cada día de la semana está dedicado a una especial intención de oración:

Domingo: La fiesta del Señor

El domingo es un gran día de fiesta para todo cristiano; aunque otros días son fiestas, este es el día de fiesta por excelencia. Una fiesta para vivir y compartir con otros en la Eucaristía. Un día consagrado enteramente al Señor.


Lunes: Dedicado al Espíritu Santo y a los difuntos

A principios de la Edad Media, el lunes estaba dedicado al Espíritu Santo, para implorar su asistencia al empezar las tareas de la semana. También ese día se pide por el alivio de las almas del Purgatorio, pero es una devoción libre y voluntaria que la Iglesia aprueba sin prescribirla.


Martes: Dedicado a los Angeles

El martes está generalmente consagrado al culto de los santos ángeles y en especial al ángel custodio. Muchos santos tenían una gran devoción a los ángeles en general, y a su ángel de la guarda en particular. No olvidemos que cada uno tiene su propio ángel a quien acudir.


Miércoles: Dedicado a San José

El miércoles es el día elegido por la devoción para honrar a san José y tener una buena muerte.

Desde los siglos apostólicos ha sido el miércoles el objeto de una devoción particular en la Iglesia de Oriente y en la de Occidente.

Era un día de ayuno y de reunión en los sitios de oración o en los sepulcros de los mártires, a donde acudían muy temprano, y no salían hasta la hora nona, es decir hasta las tres de la tarde, en que acababa la misa.

Y el ayuno que se practicaba en este día se llamaba “pequeño ayuno”, porque tenía tres horas menos que el de la Cuaresma, de las cuatro Témporas y de las vigilias de las grandes festividades, y porque no era de obligación tan estricta.


Jueves: Dedicado a la Eucaristía y orar por los Sacerdotes.

El jueves está dedicado a un recuerdo honrado por siglos con un fervor particular: el Hijo de Dios instituyó en un jueves el sacramento de la Eucaristía. Su Cuerpo y su Sangre es el regalo más grande de Dios a la humanidad.

Los jueves del año parecen haber sido destinados, especialmente desde la institución de la festividad del Corpus, a renovarlo, tanto por los oficios públicos como por las devociones particulares.

Y casi sucede todos los jueves del año, en relación a la fiesta del Corpus, lo que todos los domingos respecto de la festividad de Pascua, es decir, que son aquellos una octava continua del misterio de la Eucaristía, como estos de la Resurrección.

En este día la iglesia nos pide orar por los Sacerdotes y porque Dios nos de vocaciones según su corazón.


Viernes: Dedicado a la Pasión de Jesucristo

El viernes está consagrado a la Pasión. Jesús fue azotado, injuriado, y crucificado un viernes. Por ello la Iglesia siempre ha considerado los viernes como días de penitencia y sacrificio.

En una gran parte de la cristiandad, hasta el siglo IX se cerraban en este día los tribunales y se observaba el ayuno.

También existía la costumbre de añadir, a las tres de la tarde de este día, el rezo de cinco Padrenuestros y cinco Avemarías, en honor de las cinco llagas de Jesús.


Sábado: Dedicado a la Virgen María

El sábado fue durante muchos siglos fiesta como los domingos, y esto por varias razones: en primer lugar para honrar el descanso del Señor después de la creación, y recordar al hombre que también él, imagen de Dios, creaba en cierto modo durante esta vida.

En segundo lugar, se recuerda que el Salvador había escogido con frecuencia el día del sábado para hacer curaciones y milagros, y para ir a predicar en las sinagogas.

Desde los primeros siglos, los cristianos han dedicado el sábado a honrar de modo particular a la Virgen.

Entre otras porque así como fue día de descanso para Dios, la Virgen fue aquella en la cual, como escribe san Pedro Damián, “por el misterio de la Encarnación, Dios descansó en un lecho santísimo”.

Y santo Tomás dice que “veneramos el sábado en honor de la gloriosa Virgen María, que también en ese día se mantuvo en la fe en Cristo (como hombre) comprobando su muerte».


Fuente: Catecismo de Perseverancia, Jean Joseph Gaume, Tomo VII