¿Cómo hacer que la oración no se convierta en una
rutina o algo superficial?
Para hacer oración de verdad, es muy importante examinar el propio corazón y poner ante Dios los propios sentimientos, deseos, frustraciones, alegrías y penas, las necesidades. Si no es así, la oración nunca se convierte en un verdadero diálogo con Él.
¿Cómo se lleva a cabo? San Ignacio de Loyola
estableció una herramienta llamada “Examen de la Oración”, que es la que
inspira esta guía que se propone a continuación (no es muy larga, basta un
cuarto de hora al día) que puede ser rezada en cualquier momento. Especialmente
en los momentos menos buenos: cuando nos ha sucedido algo o cuando nos hemos
equivocado.
Es el momento de examinar las “verdades
profundas” que hay por debajo de la superficie de nuestra existencia diaria.
Este examen intenta profundizar en los propios sentimientos, emociones,
comportamientos y motivaciones para descubrir una o dos verdades detrás.
¿Cómo se hace esta oración?
1. Empiezo a mi manera habitual (puede ser con una pequeña oración, la señal de la cruz, etc.)
2. Dedico unos momentos a la gratitud, a dar
gracias a Dios por las bendiciones, pequeñas o grandes, que he recibido hoy:
cómo me he levantado, una palabra amable de un amigo, mi inmerecida buena
salud, otro día con mi esposo/a.
3. Le pido a Dios que me revele algunas verdades sobre las relaciones importantes en mi vida. Por ejemplo, “no me había dado cuenta, pero...”
• Estoy enfadado con …
• Me atrae…
• Me llevo mejor con …
• No estoy tan enfadado con … parece que le he perdonado y no me había dado cuenta
• Me dan miedo las reacciones agresivas de ...
• Estoy intentando impresionar a…
4. Si descubro algo importante, algo que me haga
decir: “vaya, nunca me había dado cuenta de esto”, me quedo meditando sobre
esto el resto del Examen. Si no descubro nada en particular, entonces me
concentro ahora en mis pensamientos, sentimientos y actitudes ante los
acontecimientos, sobre los apegos que tengo, sobre mi relación conmigo mismo.
Por ejemplo: “no me había dado cuenta pero...”
• Me da tristeza que … se vaya.
• No estoy tan ansioso con esa sobrecarga de tarea en la oficina.
• Me preocupa mi situación económica.
• Pierdo mucho tiempo en búsquedas inútiles en internet.
• Me gustaría mucho tener … cuando quizás mis circunstancias no me lo permiten.
• Me estoy haciendo viejo y me cuesta reconocerlo.
• No soy tan malo en … como yo creía.
• Aunque soy pesimista, la situación … se está arreglando.
5. Cuando descubro una verdad escondida, tengo
sencillamente una conversación con Dios sobre esta realidad en mi vida. La
sintetizo en una frase clara y sencilla y se la digo a Dios, sin esconderme.
6. Soy consciente de mis emociones cuando hablo
de esto con Dios. ¿Cuál es el sentimiento más fuerte cuando se lo digo? Pues lo
añado a mi oración. Por ejemplo: “Señor, me siento … cuando reconozco que …”.
Presento todo esto a Dios.
7. Me quedo en silencio e intento ver qué quiere
Dios decirme sobre esta realidad. ¿Qué dice Dios sobre ello? ¿Qué dice sobre
cómo me siento? Le pregunto a Dios: “¿Qué tengo que hacer con esto?”
8. Si me siento respondido, me comprometo con Dios sobre esto y le pido ayuda para ser fiel a mi compromiso.
9. Termino a la manera acostumbrada. Puede ser recitando una oración, o cantando, o repitiendo una frase de la Escritura.
Artículo adaptado por Aleteia del original de Mark E. Thibodeaux, SJ, a su vez tomado del libro Reimagining the Ignatian Examen: Fresh Ways to Pray from Your Day del mismo autor (Loyola Press).