domingo, 12 de julio de 2020

EL ROSTRO MISERICORDIOSO DE DIOS.


"¿Dios es de veras misericordioso?". Es ésta una pregunta que quizás no la hacemos en voz alta, pero delante de  pecados personales, delante de nuestra falta de correspondencia a la gracia, a veces el pensamiento de que Dios ponga un límite a su misericordia puede salir a flote de modo inquietante.
Lo sabemos en teoría que Dios es misericordioso, pero sólo si experimentamos su misericordia nos convencemos realmente de que es verdad, más aún, es una de las verdades centrales de nuestra fe. Y ¿dónde experimentamos la misericordia de Dios? Sin duda en el sacramento de la confesión, pero también y de modo muy profundo en la oración.

En la oración el Señor manifiesta de modo especial su misericordia al alma. Sabemos que uno de los principales atributos de Dios, es la misericordia. Nuestro Dios es un Dios "rico en misericordia" (Efesios 2, 4). Ya en el Antiguo Testamento el Señor se presenta como un Dios que "usa misericordia hasta mil generaciones hacia quienes lo aman y guardan sus mandamientos" (Deuteronomio 5, 9-10).

Dios se va revelando poco a poco al alma y en el diálogo con Él, el alma va conociendo al Señor, va descubriendo lo  "amoroso" que es, cómo sabe amar por encima de cualquier pecado, debilidad y fragilidad. Él está ahí esperando no para alzar sobre nosotros la vara de la justicia sino para revelarnos el rostro de la misericordia.


En la oración la 
misericordia no se experimenta en abstracto, sino cada orante reconoce en su historia personal cómo el Señor ha estado velando por su vida, lo ha acompañado, le ha levantado cuando se había caído, le ha esperado cuando era necesario, ha tenido una paciencia infinita, que no se desanima ante las numerosas faltas de correspondencia, los pecados, las indiferencias, la visión estrecha de la realidad, incluso la malicia del hombre.


El Señor se manifiesta en la oración como Padre de las misericordias que no deja de esperar que el hijo pródigo que somos nosotros vuelva al hogar. Si recurrimos constantemente a la oración iremos conociendo mejor el rostro misericordioso de Dios, de ese Padre bueno lleno de amor por sus hijos, que nos ha revelado Jesucristo.