viernes, 11 de marzo de 2022

LA ORACION DE ESCUCHA


🔥LA ORACION DE ESCUCHA


Practicada por grandes y experimentados "orantes", esta modalidad de oración exige de nosotros un perfecto dominio de nuestras emociones y sentimientos; además de una paciencia comparable a la de los personajes bíblicos como Moisés, Job y Elías.


Esta oración nos capacita para "escucharlo" a Dios, que se nos manifiesta, nos orienta, nos corrige y nos aconseja. Exige de nosotros un profundo silencio interior, con el que conseguimos neutralizar totalmente los impulsos de nuestra memoria, inteligencia y pensamientos, que brotan en cada fracción de segundo en nuestras mentes, provenientes de nuestras emociones, experiencias y sentimientos.


El tiempo humano no siempre coincide con el que entendemos ser el tiempo de Dios y de esa discordancia proviene nuestra dificultad en la práctica de esta oración, pues para "abrirnos" a Dios necesitamos, ante todo, comprender la dimensión de ese tiempo de Dios, totalmente diferente de nuestro tiempo.


La primera lección consiste en entender que el tiempo que medimos y contamos aquí en la tierra es único y particularmente nuestro, humano y terreno, pues en ningún otro lugar del universo el día tiene 24 horas, una hora tiene 60 minutos o un minuto está compuesto por 60 segundos. Esa división del tiempo tiene por referencia el planeta tierra en relación con el sol.


El hecho de que convengamos cuantificar que 24 horas (por tanto, un día) es la medida de la duración de una vuelta completa de la tierra en torno de su eje, así como que determinemos llamar a un año a una vuelta completa del planeta Tierra alrededor del Sol que, por esa relación afirmada, demora aproximadamente 365 días. Por lo tanto, el tiempo que nos rige y determina nuestras edades, nuestros plazos, nuestras vidas es algo particularmente nuestro y en ningún otro lugar del universo se obedece a esas mismas reglas y convenciones estipuladas por nosotros.


Un astronauta a bordo de una nave espacial ya experimenta un "tiempo" diferente del nuestro por el simple hecho de estar fuera de la tierra, en órbita diferente de la nuestra. Sus días y noches serán más cortos o más largos, dependiendo de la trayectoria que la nave espacial sigue. Un día en Marte o en cualquier otro planeta de nuestro sistema solar -intentando comprenderlo con nuestro parámetro (una vuelta completa sobre sus ejes)-, es totalmente diferente del día terreno, de la misma manera sus meses, años, siglos o milenios.


Solo por este simple análisis, podemos percibir que nuestro tiempo es algo relativo y exclusivo, y que el tiempo de Dios nada tiene que ver con ese tiempo humano, pues para Dios no existe esa subordinación al día, noche, hora, minutos y segundos ¡porque Él es eterno! Dios, sin embargo, conoce la existencia de nuestro tiempo y de nuestros límites, pero los considera según su criterio, único, personal y exclusivo, que no sigue normas o parámetros comparables a los nuestros, y eso solo podemos comprenderlo a partir de una atenta lectura bíblica y de nuestra oración de escucha.


🔥ENTENDIENDO EL TIEMPO DE DIOS

En el libro del Eclesiastés hay un texto interesante que dice:

_Hay un tiempo para todo, un momento para cada cosa bajo el sol: un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; un tiempo para matar y un tiempo para curar, un tiempo para demoler y un tiempo para edificar; un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar; un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas, un tiempo para abrazarse  y un tiempo para separarse; un tiempo para buscar y un tiempo para perder, un tiempo para guardar y un tiempo para tirar; un tiempo para rasgar y un tiempo para coser, un tiempo para callar y un tiempo para hablar; un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo de guerra y un tiempo de paz_ (Ecl 3, 1-8).


Por este texto podemos concluir que para Dios existe un determinado período de tiempo para cada cosa y, al mismo tiempo, entender qué sabios son los que aprenden a ordenar sus vidas en sintonía con los tiempos de Dios, pues lo que era para Dios es apenas _un momento_, para nosotros puede significar un largo período de tiempo.


No podemos, con esto, precipitadamente, concluir que exista un destino, previamente estipulado por Dios, para todo lo que sucederá en el futuro con nosotros, o creer que nuestras vidas ya estén marcadas por fechas, fatalidades o acontecimientos, buenos o nefastos, que inevitablemente sucederán, cayendo así en un erróneo fatalismo, admitiendo que todo está previamente fijado y nada podrá ser alterado. Esta errónea conclusión nos conducirá a un peligroso pensamiento determinista inadecuado en relación con nuestra libertad inalienable de seres creados a imagen y semejanza de Dios.


No debemos olvidar el don mayor que Dios nos concedió: el donde la libertad de seres racionales, capaces de interferir y obrar por libre y espontánea voluntad en sus propias vidas o en la naturaleza, cambiando y alterando sus rumbos, para el bien o para el mal, para la vida o para la muerte.


En el libro del Eclesiástico existe un texto que puede ayudarnos en nuestra reflexión:

_Él hizo al hombre en el principio y lo dejó librado a su propio albedrío. Si quieres, puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que le agrada. Él puso ante ti el fuego y el agua: hacia lo que quieras, extenderás tu mano. Ante los hombres están la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que prefiera_ (Eclo 15, 14-17).


Por tanto, el "destino" del hombre está en sus propias manos y le compete a Él decidir y conducirlo por el camino del bien o del mal hacia la vida o para la muerte eterna, pues en síntesis Él es su propio juez. Dios ofrece al hombre sus mandamientos y sus enseñanzas, sugiriéndole que los observe y los siga para alcanzar la vida eterna, pero lo deja libre para que él mismo decida si los obedecerá y los pondrá en práctica.


Luego, la conclusión de que existe un tiempo de Dios no puede relegarnos a una condición inferior de marionetas, incapaces de acciones propias, que se mueven por la voluntad exclusiva de aquellos que los mantienen ligados a sus cuerdas.


Entender la existencia de un tiempo de Dios, diferente del nuestro, para todas las cosas, es ante todo ejercitar un don que desarrollaremos a medida en que aprendemos a orar y es imprescindible en la oración de escucha: el don de la paciencia.


Suelo definir la paciencia como la diferencia del tiempo existente entre el tiempo que le señalamos a Dios para que nuestros pedidos se concreticen y ¡el tiempo real que Dios determina para que ellos sucedan en nuestras vidas!


Ese espacio de tiempo entre nuestra expectativa de ver escuchados los pedidos y deseos y la realización completa de los mismos -y que muchas veces se torna para nosotros un tiempo de espera cuestionable y hasta angustiante- en verdad se llama paciencia y es una virtud de los que aman, pues: El amor es paciente (1 Cor 13, 4).


Esa espera, cuando es asumida por nosotros, por la oración, como un tiempo providencial, y por eso sobrellevada por nuestra fe, se transforma en esperanza, que es un tiempo de espera lleno de confianza.


Sí, porque el tiempo de Dios, más allá de no estar sincronizado con nuestro tiempo, sigue también criterios y rumbos diferentes de los nuestros, sin que toque a los aspectos de justicia, méritos o madurez.


Tomemos por ejemplo a María, elegida por Dios para ser la madre del Mesías tan esperado por los israelitas, que desde niña, aun antes de cumplir los 14 años de edad, vio su tiempo cumplido para asumir esa misión.


Ciertamente, según criterios humanos, ella no reuniría las condiciones necesarias para esa maternidad, considerando su poca edad, su falta de experiencia y, si consideramos sus méritos, bajo un aspecto meramente humano, otras mujeres más grandes y sufridas que ella, que en la fidelidad a la Ley de Moisés esperaban esa venida del Mesías, se sentían las "justas merecedoras" de esa honrosa misión...


Sin embargo, Dios eligió a María, una niña, aparentemente inexperta, para una gran misión: la de ser la madre del Salvador, así como eligió a David entre sus siete hermanos, mayores, visiblemente más fuertes, experimentados y capaces que él, bajo el punto de vista humano, para ser el Rey de Israel.



Dios no tiene en consideración nuestro tiempo vivido (edades, tiempo de espera, cabellos blancos), ni nuestros méritos, mucho menos nuestra apariencia física, Él se orienta por el interior del hombre, por su corazón y no por aquello que exteriormente parece ser.


Externamente, los siete hermanos de David presentados al profeta reunían mejores condiciones que él,  un simple pastor de ovejas que toca el arpa, para la misión de reinar sobre la nación israelita, pero Dios, que conocía su interior y escrutaba su corazón, elegiría a David, no por criterios humanos, sino por sus propios criterios, inaccesibles para los hombres.


_Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes (Is 55, 8-9).


María, David y otros personajes bíblicos, aparentemente jóvenes e inmaduros por su edad precoz, en verdad ya estaban preparados interiormente para asumir sus misiones y, por eso, Dios los escogió y los eligió en la Historia de la Salvación, y eso sucede con nosotros en nuestros días.


Comprender el tiempo de Dios es percibir que para Él existe realmente, un tiempo, sin embargo, diferente del nuestro; y solamente la paciencia puede ayudarnos a esperar la conclusión de ese tiempo, sin desesperación o desánimo, para que Él se manifieste claramente.


Y de nuevo la Palabra de Dios viene en nuestro auxilio para enseñarnos a esperar, siempre confiados, en la conclusión de su tiempo en nuestras vidas, para que las cosas aguardadas por nosotros, y que también dependen de él, sucedan, pues: _Todas las cosas que Dios hace son buenas, a su tiempo_ (Ecl 3, 11°).


Fuente: A. M. Kater Filho  “Orar con eficacia y poder”, Editorial Claretiana, Buenos Aires Argentina;